Con esto del coronavirus, muchas personas que conozco han tenido que seguir con el famoso teletrabajo. La gran mayoría (por no decir todas), me comentan que trabajan bastante más que en sus puestos de trabajo, que la carga de trabajo es mucho mayor. Y es curioso que, cuando se habla de temas de igualdad y de mejorar la calidad de la vida de las personas, siempre se considera el teletrabajo como una gran oportunidad para la conciliación. Porque ese es uno de los grandes temas pendientes en nuestros trabajos: la bendita conciliación.
Cuando hablamos de conciliación, parece que hablásemos de gamusinos. Es como si mencionáramos a una diosa mitológica o una sirena. Es algo que todo el mundo cree que existe, pero en realidad no. Por definición, la conciliación es el equilibrio entre la vida personal y la vida profesional de una persona. Y, en teoría, es un aspecto fundamental en cualquier trabajo. Normal, porque todos tenemos vida fuera del trabajo, ¿no? Pero en la práctica, parece una utopía.
Conozco muchas personas que se sienten engañadas con esto de la conciliación, porque ven que en vez de tener equilibrio en sus vidas, lo que tienen es que hacer malabarismos para poder encajarlo todo con calzador. Y con la sensación de no llegar a todo, además. Con el confinamiento, mucha gente ha visto cómo ha aumentado la cantidad de trabajo que tenían que hacer en casa. Que además, si tenían peques (o cualquier persona a cargo), era una tarea casi imposible entre ayudarlos a ellos y, a la vez, poder realizar su trabajo. O si querían hacer ejercicio, aprovechar a leerse un libro o cocinar, se quedaban sin tiempo al teletrabajar todo el día.
Es como si la conciliación fuera algo con lo que todos soñamos pero que estamos lejos de alcanzar. Con el tema del coronavirus, se ha puesto de manifiesto la necesidad imperiosa de poder conciliar más que nunca. Porque si tengo que hacer mi trabajo en casa, se tienen que respetar unos horarios. Porque si tengo que teletrabajar y tengo a alguien a mi cargo, tengo que poder tener flexibilidad para repartirme el tiempo como considere oportuno. O porque, simplemente, quiero poder hacer más cosas en mi día a día que trabajar (sí, es normal que tengas vida personal y es sanísimo que la tengas).
Es como si todavía las empresas (y jefes varios) siguieran pensando que estar presente es sinónimo de trabajar. O que cuanto más te quedes es porque trabajas más. ¡Evolucionen, señores! Hay cientos de estudios que confirman que es más productiva una jornada más corta (seis horas es lo ideal, de hecho). También, que lo importante es la gestión del tiempo, no la cantidad del tiempo. Que cuando somos felices en nuestra vida personal, somos mucho más productivos en nuestra vida laboral. Y que cuando se puede conciliar (de verdad), el compromiso, la eficiencia y la motivación con el trabajo son mucho mayores.
La conciliación es sin duda un tema pendiente en el mercado laboral. Es una locura que se siga manteniendo un sistema laboral de hace cincuenta años y, más aún, con los tiempos que corren ahora. Esa estupidez de que «doy una patada y tengo a mil como tú para el trabajo», aparte de ser mentira, es irreal. El autoestima en el trabajo también es una parte importante del desarrollo personal. Porque el trabajo tiene que aportarte algo más que dinero para pagar facturas. Y si no se enteran ahora con lo del coronavirus, acabarán enterándose de otra manera. Es un grito que se escucha cada vez más alto y es normal. ¿Quién no tiene una vida para conciliar?