Esta semana estoy reflexionando sobre las implicaciones que tiene esto de ser mamá y ser papá. Aunque iré hablando en más entradas de estos temas de la maternidad y la paternidad porque es un tema que da para mucho, hoy quiero centrarme en la crianza compartida. O más bien, en cómo es eso de criar a un peque entre dos personas cuando hay tanta tontuna alrededor. Desde que mi pareja y yo dijimos que estamos embarazados, hemos escuchado todo tipo de absurdeces y maldiciones.

Las frases más comunes han sido: «pues preparaos para no dormir más», «en cuanto nazca el bebé, vais a desaparecer», «ya no vais a poder hacer nada de lo que os gusta» o «buah, no sabéis dónde os habéis metido…». Son todas frases alentadoras y llenas de positivismo, ¿a que sí? Solamente con esta cantidad de frases, tendría para escribir un libro de la cantidad de porquería que transmiten. Claro que puede haber algo de verdad, pero estar recibiendo todo este tipo de lindezas sobre la maternidad y la paternidad a mí, por lo menos, me hacen desear tener a mi bebé en una cabaña en la montaña como si fuera Heidi.

Es obvio que ser madre y ser padre trae muchos cambios. Probablemente, yo como madre primeriza ni me llegue a plantear la cantidad de cambios que serán. Pero, desde luego, sé que no estoy sola criando a mi hije. Tengo a una pareja que quiere ser papá, que le ilusiona y que quiere estar presente en la vida de su hije. Cuando escucho opinar sobre mi embarazo y el futuro carácter de mi bebé, además de querer mandarles a paseo, siento rabia porque parece que mi chico ha hecho todo lo que tenía que hacer: poner la semillita. Es como si sólo yo fuera a criar a nuestro hije y él pasara a ser un simple monigote que poco o nada va a tener que decir. Hace cincuenta o sesenta años era el modelo de crianza, ¿pero ahora?

La crianza compartida debería ser una obligación y no una opción más de crianza en las parejas. El bebé es tan mío como de mi pareja y recibir tantos mensajes tan tóxicos desde fuera, afean mucho el momento. Es muy importante el uso que hacemos de las palabras. Dar mensajes que transmiten la idea de «oh Dios mío, qué horror», hacen que la experiencia de los padres sean mucho menos disfrutona. Es como cuando te dicen «no metas la mano ahí que te vas a hacer daño», sólo que aquí ya tienes la mano metida. Es lo que se llama meter miedo. Todo el rato metiendo miedo con la de cosas que van a cambiar, con el asco de vida que vas a tener, con todo lo que vas a perder. Cuando el miedo lo ocupa todo, no hay espacio para el amor y el disfrute.

Lo mismo ocurre con las «maldiciones». Esos comentarios que hacemos, normalmente sin mala fe, pero que están llenos de inquina y dobles sentidos. Por ejemplo, una frase que me dicen mucho con el embarazo es «ojalá te salga bueno y no llore». ¿Y si llora es que he tenido un hijo malo? ¿Ser bueno significa no hacer ruido o no molestar? Esa cantidad de frases son muy difíciles de compaginar con una crianza compartida amorosa y consciente. La maternidad y paternidad ya son complejas con todos los retos que hay que afrontar por eso, hay que tener cuidado con las palabras que usamos. Como con todo. ¿A ti te ha pasado algo parecido?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio