Había veces que mi madre me decía «hoy estás con el guapo subido» cuando me veía más guapa de lo normal. Esa expresión la adopté como propia durante mucho tiempo. Pero un día me di cuenta que no es lo mismo estar (o sentirse) guapo que ser guapo. Para estar guapa hace falta ponerse guapa, con ropa y maquillaje y un corte de pelo favorecedor. Para ser guapa sólo tienes que serlo. Sin embargo, confundimos mucho estas expresiones.
Culturalmente, creemos que estar guapo es a lo que tenemos que aspirar los mortales del populacho. La gente que es guapa (modelos, actrices, famosos en definitiva), no tiene que preocuparse por ponerse guapa nunca porque ya lo es. Así que, su vida es mucho más sencilla. Ser guapo te facilita la vida, según la creencia popular. Es más aún, si eres una persona fea, da igual lo que te hagas que eres fea y tu vida va a ser menos interesante que la de «una persona guapa».
Así, hemos desarrollado toda una cultura y una manera de vivir alrededor de estar guapos y, en consecuencia, de valorarnos en función de eso. Si soy capaz de estar guapa, conseguiré mejores trabajos (¡ja!), tendré mejor vida (¡ja, ja!), con una mejor pareja (¡ja, ja, ja!) y una mejor autoestima (¡ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!). ¡Si estamos guapos, podemos conseguir lo que queramos en la vida!
Entonces, ¿cómo es que con tantas cosas para ponernos guapos seguimos sintiéndonos feos o no suficientemente guapos? La respuesta es, porque no interesa. Si eres guapa, no necesitas comprarte un armario nuevo de ropa cada tres meses. Si eres una persona guapa (y sabes que lo eres, que es la parte importante de la historia), no necesitas la aprobación de los demás, ni su mirada ni sus piropos. Un piropo no hace daño a nadie, por supuesto, pero no vives para que te los digan todo el rato. Sabes que eres mucho más que eso.
Hacernos creer que somos feas y feos es un negocio. Y, también, una manera de hacernos sentir que no somos suficientes. Cuando sentimos que no somos suficientes, estamos todo el rato como pollos descabezados dando vueltas por ahí sin saber qué queremos ni cómo lo queremos. Perdemos nuestro poder personal al perder confianza en nosotros, al perder autonomía y amor hacia nosotros mismos. Los mensajes que nos decimos y nos dicen sobre nuestra belleza física nos marcan tanto que nos provocan desórdenes alimenticios, de sueño y emocionales. Esos mensajes nos hacen débiles y dependientes constantemente de la opinión y aprobación de los demás.
¿Cómo sentirme guapa entonces sin depender de lo que me digan los demás? Lo primero es revisar la ropa con la que te vistes. Sí, sé que parece contradictorio, pero la ropa con la que te vistes tiene que encantarte. No gustarte porque sea tendencia, sino porque cuando te la pones no te hace falta mirarte al espejo para verte. Sabes que te hace feliz vestirte con esa prenda y eso es más que suficiente.
Lo segundo, hablarte con amor. Elige consciente y cuidadosamente las palabras que te dices y nuevos piropos que echarte a ti misma. Eres una persona hermosa, guapa a más no poder y preciosa. Grábatelo a fuego o escríbelo y póntelo en el espejo en el que te miras cada mañana.
Y, por último, comparte tu belleza con los demás. Mira las cosas bellas que tienen las personas a tu alrededor y no dudes en decírselo. Cuando vemos la belleza en los demás, es más fácil ver la belleza propia. Entrena tu mirada y tu lenguaje. Y di adiós a sentirte fea porque la verdad, amiga, es que tu belleza es única y perfecta. No lo olvides.
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