Llega Diciembre. Ese mes en el que tenemos tres enfermedades: la de ver a todo Dios, la de las comidas interminables de empresa y amigos, y, la de la familia. Hay personas que odian la Navidad y otras la aman. Los que odian la Navidad, dicen que es por la cantidad de gente por todas partes, las indigestiones de las comilonas y porque toca ver a la familia sí o sí. Y quienes la aman, son los que llenan su casa de dorado, van a todos los mercadillos que hay por la ciudad y no se ponen luces por encima por vergüenza. ¿De cuáles eres tú?
Cuando yo era pequeña, era un momento de reunir a la familia a la que no vas a volver a ver hasta marzo y para comer cosas especiales como el turrón o el roscón. Aunque he de confesaros que sigo teniendo casi las mismas motivaciones. Pero, sobre todo, era un momento de celebración.
Mucha gente me dice «¿celebrar qué?». Los religiosos celebrarán el nacimiento de Jesús, los paganos celebrarán el fin de año y la fiesta que conlleva. Para mí, hace unos años que lo que celebro es estar reunida con mi familia. Sigo siendo una afortunada con muchos abuelos vivos aún y eso sólo es motivo de celebración. Porque por mucho que odiemos juntarnos con esa familia con la que no hablas o que no te cae bien, celebrar siempre reconforta.
Parece que cuando somos pequeños hay que celebrarlo todo porque somos más conscientes de que los momentos son únicos, que pasarán y no volverán. Pero luego, crecemos y todo se va a la porra. Parece que celebrar se convierte en una pérdida de tiempo. ¿Para qué celebrar el día de mi cumpleaños o la Navidad? Pues amiges, porque celebrar siempre es necesario. Es lo que nos da el momento de respiro en la cima de nuestra montaña y nos permite sentir «lo he conseguido, estoy aquí».
Vale, a veces, nuestra familia es para desterrarla a Narnia y tirar la llave. Son pesados y absorbentes, todos quieren que les hagas caso, todos quieren que les llames 23 veces al día para contarles qué haces en tu vida y siempre tienen mil problemas que a ti no te parecen para tanto. También está ese familiar imbécil que tenemos todos y que tenemos que soportar sin saber muy bien por qué. Peeero, también es la misma familia con la que te ríes. La misma que está en muchos momentos importantes y que te acompaña a lo largo de tu vida. La misma en la que echas de menos a alguien que ya no puede estar más. La familia que te ha hecho en muchos aspectos de tu vida.
A veces, esa familia es nuestra familia de origen. Otras veces, esa familia la hacemos nosotros porque formamos nuestra propia familia o porque son nuestros amigos. Incluso, a veces, esa familia la encontramos en nuestro lugar de trabajo. Da igual quién sea tu familia, lo importante es estar con ella y celebrar que estáis vivos, que estáis juntos y que tenéis otro año más juntos. Por que, al final, lo importante es celebrar juntos. Compartir momentos que serán recuerdos hermosos que atesorar. Así que, disfrutad de las comidas, de las familias y de los regalos. Disfrutad el celebrar por celebrar y, como dice el refranero, que nos quiten lo bailao, ¿no?