Calcetines nuevos

Mi abuela era una mujer práctica, una abuela criada en la posguerra. Así que, en Reyes, siempre regalaba ropa interior, toallas, pijamas y calcetines nuevos. Era una tradición. Ahora que ya está demasiado mayor para todo, nosotros seguimos regalándonos calcetines nuevos. Con ese regalo, mi abuela nos recordaba que tener juguetes era genial, pero que cuando acabaran las fiestas teníamos que vestirnos, ir al cole y seguir con el resto de los días «normales».

Y es que en estas fechas es normal perdernos en las celebraciones, las reuniones familiares y de amigos, y las comilonas. Al fin y al cabo, es lo que toca. Sin embargo, se nos olvida que el resto del año va a pasar sí o sí. Que tenemos muchos días para seguir con todo aquello que no brilla tanto y que no celebramos. Nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestros fracasos van a seguir ahí. Incluso cuando has hecho tu «ritual» para desprenderte de todo lo que no quieres para este año nuevo, puede seguir habiendo aspectos de ti que necesitan un cuidado especial.

¿Cuántos de esos deseos llevan años acompañándote? ¿Cuántos de esos propósitos ya te los pusiste el año pasado y no se cumplieron? Porque, afrontémoslo amiges, muchos de nuestros propósitos se nos olvidan antes de que llegue febrero. Si leíste la entrada de la semana pasada, sabrás que para que los propósitos funcionen, tienen que estar en relación a tus emociones y a cómo quieres sentirte el año que viene.

Pero también tienen que ser objetivos alcanzables. Lo primero, es tomar tierra, ponerte unos objetivos a conseguir que sean claros. A veces, cuando nos proponemos algo, lo hacemos a lo grande y nos vamos a desear el producto último. Por ejemplo, mi propósito para el año que viene puede ser un simple «ser feliz«, pero como propósito a conseguir es muy grande. Es un gran deseo, un buen propósito, pero ¿cómo lo consigues? Ahí, es dónde nos perdemos.

Ponernos objetivos que nos parezcan alcanzables y realistas, desengranar ese propósito de «ser feliz» en partes más pequeñas, hace que todo sea más fácil. Por ejemplo, la primera pregunta para cualquier propósito que te hayas puesto sería «¿qué significa para ti conseguir ese propósito?». En términos de cómo mejoraría tu vida si lo consigues.

Lo siguiente, sería ver cómo puedes desengranar cada propósito de manera que puedas dividirlo en tres. Esto se hace especificando más el propósito o subdividirlo en tres tareas específicas que te llevan al objetivo final. Con nuestro ejemplo, sería especificarlo más en plan «ser feliz haciendo deporte/cocinando/saliendo más con mis amistades». Si mi propósito fuera «hacer más deporte», desengranarlo sería por ejemplo «hacer deporte los martes, jueves y sábados de 15 a 17» o «apuntarme tres días a la semana a natación». De esta manera, lo que conseguimos es no agobiarnos con el objetivo último porque se nos hace demasiado grande.

Y, finalmente, el gran truco para no agobiarnos con nuestros propósitos (ni con nuestra vida, en general) es reconocerse los logros. Porque en el camino de conseguir tu objetivo final, vas consiguiendo pequeños (o no tan pequeños) logros, pequeñas metas que te acercan más a tu propósito final. Cuando sólo vemos que no hemos conseguido ese objetivo enorme, nos desanimamos y nos hablamos mal. Pero cuando nos centramos en cosas más pequeñas y alcanzables, y nos celebramos los logros, la sensación de agobio desaparece.

Así que, ya sabes, ponte tus calcetines nuevos y prepárate para el año que se te viene, que va a ser mejor que el anterior. Recuerda que tu manera de hablarte y de experimentar tu vida hace que todo sea más fácil o difícil. ¡Tú decides! Elige cómo quieres que sea tu vida. Y no sabes cómo hacerlo, pide ayuda, que dos cabezas siempre piensan más que una.

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