Cuando pienso en armaduras, siempre pienso en los caballeros de la Edad Media. En esos que salen en las películas con el yelmo, la armadura con malla por debajo y la espada. También pienso en los caballeros de brillante armadura que nos cuentan los cuentos. Y, como friki, también me acuerdo de Aragorn y los elfos del Señor de los Anillos. Todos ellos llevan armaduras. Armaduras físicas, armaduras de hierro, duras e impenetrables. Es obvio que nosotros ya no llevamos ese tipo de armaduras, ¿o sí?
Cuando somos pequeñas, se nos enseña cómo hay que vivir la vida. Con el tiempo, según nos vamos haciendo mayores, cambiamos ese cómo vivir la vida para aprender a vivir nuestra propia vida. Durante el camino, vamos tropezándonos y cayéndonos de bruces contra el suelo, otras veces podemos prácticamente volar, y la mayor parte del tiempo, simplemente caminamos. Muchas veces, en esos golpes que nos vamos dando, creamos una armadura. A veces, creamos una gran armadura, sólida y resistente a todo y a todos. Otras veces, creamos una armadura chiquita, más fácil de llevar puesta.
Normalmente, las armaduras son comportamientos y pensamientos que nos protegen. Las creamos para protegernos de algo concreto y, luego, las generalizamos. Por ejemplo, cuando eras pequeña y se reían de ti en el colegio, aprendiste a crear una armadura contra el rechazo comportándote con indiferencia y convenciéndote de que no te importaba que se rieran de ti. En ese momento, hacer ese comportamiento y tener ese pensamiento, te protegieron de sentir un dolor grande para ti. Y eso, lo hemos hecho todos (y lo hacemos y lo seguiremos haciendo).
Las armaduras nos dan cierta sensación de control y de protección ante los demás. Nos da la sensación de estar detrás de una ventana mientras llueve a cántaros afuera. Es como si, con la armadura puesta, nada ni nadie pudiera hacernos daño. Hacemos una cantidad increíble de cosas para montarnos la armadura. Cuando no soy capaz de salir a la calle sin maquillar, es porque el rímel forma parte de mi armadura. Si no soy capaz de escuchar a otra persona diciéndome algo contrario a lo que pienso, es porque mi armadura me protege de la autocrítica. Cuando no puedo mirar a los ojos a otra persona al hablar, cuando evito situaciones conflictivas de manera constante, cuando hablo con gritos con la frase «es que yo soy muy sincera», o cuando me paso el día viendo en la tele la vida de los demás, son ejemplos de armaduras.
Ahora que estamos aisladitos en casa sin poder salir, nuestras armaduras están un poco más débiles. Todo lo que nos da control y sensación de seguridad, se ha ido un poco al garete y tenemos que aprender a crear cosas nuevas. Ahora, nuestras armaduras no nos valen de mucho. Es momento de ver qué hay dentro de la armadura, qué parte de nosotras hemos escondido dentro. Sobre todo, porque es muy difícil estar escondiéndonos de nosotras mismas cuando no podemos huir. Es agotador, además.
Muéstrate autocompasión, ternura, amor. Aprovecha el estar en casa contigo misma tanto tiempo para conocerte, para ver qué parte herida de ti es la que sacas a pasear a menudo y préstate atención. Escúchate con amor, con paciencia, sin indulgencia y con honestidad. Tú eres la persona con la que tienes que estar todo el rato, incluso cuando vives con alguien más. Trátate con amor y con honestidad. No tienes nada que perder y todo que ganar. Eres una persona única e irrepetible, y eso no va a cambiar. Rompe tus armaduras.