Cuando era pequeña, mis padres me decían que tenía que ser una niña buena. Son el tipo de comentario que decimos a los peques y que las decimos sin maldad. Sin embargo, el tono que usamos para decir las cosas, la expresión facial que tenemos y nuestras vivencias personales, hacen que un comentario sin maldad como ese, acabe teniendo mucha presencia en la vida adulta.

Conozco a muchas mujeres a las que ese «ser una niña buena» hace que su vida adulta sea más difícil. Una niña buena no se enfada, no dice palabrotas, no caga, no eructa, no es egoísta y no manda a la mierda a nada ni a nadie. Una niña que es buena de verdad, siempre está para los demás, profundamente servicial. Siempre antepone a los demás, incluso por delante de ella misma. Una niña buena siempre sonríe y traga y traga y traga como el comecocos, porque ella puede con todo, con los demás y con ella y con todo lo que la echen.

Este comentario sin malicia que aún hoy sigo escuchando a muchas madres y padres decir a sus peques, crea adultos con dolorcrea adultos con dolor. Dolor físico, emocional y mental. Duele mucho no saber qué necesito, qué quiero o cómo estoy. Y duele mucho sentirse «niña mala» cuando insultas a alguien o piensas en lo mal que te cae Fulanito. Duele tanto que no eres capaz de sacar las emociones, te quedas ahí, bloqueada y en shock. Casi se te olvida hasta cómo respirar. Y este proceso se repite una y otra vez.

A cada persona le marca un comentario más que otro. A lo mejor, el tuyo es «no seas egoísta» o «tienes que querer a todo el mundo» o «pon la otra mejilla» o «de bueno eres tonto»… Hay muchos. Y todos tienen el mismo resultado: el bloqueo de las emociones. Cuando nos encontramos con una emoción con la que no sabemos qué hacer, no sabemos cómo gestionarla, la bloqueamos. Hay muchas formas de hacerlo (que ya te contaré en otra entrada), pero todas acaban metidas en un lugar oscuro de nuestro corazón y ahí es dónde empiezan los problemas.

Es como cuando se te rompe una tubería en casa. Al principio, pones una toalla y parece que se seca todo y que no pasa nada. La siguiente vez que se rompe, con una toalla ya no te sirve, tienes que poner tres. Y así, cada vez tienes que usar más toallas hasta que llega un momento en el que la tubería rompe con tanta fuerza, que las toallas ya no sirven. En las presas de agua, tienen que abrir las compuertas de vez en cuando para airear el agua, que los ríos tengan agua nueva y, sobre todo, que la presa no se desborde. Pues lo mismo hay que hacer con nuestras emociones.

A veces pasamos por situaciones muy difíciles y complicadas, de esas en las que sentimos que no tenemos salida ni más opciones. Pero en esas situaciones es cuando más necesitamos liberar nuestras emociones para que no nos sobrepasen y se nos revienten las tuberías.

Tener una red de apoyo es fundamental. Busca alguien de tu confianza a quien contar todo lo que te está pasando libremente, alguien que te escuche con amor. También puedes hacer alguna actividad física como deporte o pintar. Escribir un diario también viene muy bien cuando no sabemos por dónde empezar. Y, si aún con todo, te sientes desbordada, busca ayuda profesional. A veces, no hace falta empezar un proceso terapéutico de meses. Hay veces que sólo hacen falta unas pocas sesiones para renovar las energías y ver todo con otra perspectiva. No tienes por qué sentirte así, tú mereces mucho más no lo olvides. ¿Te animas?  

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio