Nuestros pensamientos crean nuestra realidad. Cuando nos hablamos mal, nos tropezamos o nos hacemos daño (emocional y físicamente). ¿Sabes eso de cuando vas o quieres comprarte un coche y, al salir a la calle, sólo ves ese coche por todas partes? Pues con los pensamientos es igual. Cuando pensamos tanto en que no merecemos algo, simplemente no lo tenemos o no llega nunca.
Esto ocurre porque nuestros pensamientos solemos tenerlos varias veces, es decir, suelen ser recurrentes. No pensamos (y nos decimos) «soy un desastre» sólo una vez en nuestra vida; nos lo decimos varias veces y en varias situaciones distintas. Eso hace que se grabe a fuego esa frase en nuestra mente.
Además, como cada pensamiento va asociado a una emoción, nuestra mente almacena toda la información junta: frase y emoción. Para que cuando recuerdes una cosa, recuerdes inevitablemente la otra. Por ejemplo, si al decirte «soy desastre» porque no te sale la tarta como querías además te sientes culpable porque la tarta de cumpleaños de tu pareja, cada vez que te sientas culpable aparecerá esa frase de «soy un desastre» en tu mente. Es como cuando de pequeñas nos aprendimos las tablas de multiplicar cantando y ahora no somos capaces de acordarnos de cuánto es seis por siete sin cantar la tabla del seis.
Pasa lo mismo con las frases positivas ¿eh? Cuando me digo «qué buena soy haciendo tartas», asocio emociones como la satisfacción, el orgullo o la alegría y vuelve a surgir el combo de nuevo. Es como que la mente genera pares de pensamientos – emociones que nos dicen lo que se nos da bien y lo que no, en lo que somos buenos y en lo que no. Y, así amigas, se va formando la identidad, la idea que tenemos de quiénes somos nosotras.
La identidad es eso que contestamos cuando nos preguntan «¿tú quién eres?». La respuesta que damos está construida en base a esos pares de emociones y pensamientos. Lo que creemos que somos y lo que no somos lo «sabemos» gracias a interiorizar esos pares en nuestra memoria. Y, al igual que los músculos, al repetírnoslos tantas veces, acabamos haciendo molla y nos salen súper rápido.
Por esto, cuidar las palabras que nos decimos y atender a la forma en la que nos decimos las cosas, puede cambiar y mucho nuestra manera de contestar a «¿quién soy yo?». Si cambio mis pensamientos o mis emociones, el par emoción – pensamiento que generó mi mente, se romperá y tendrá que hacer otro nuevo. Si cambiamos a algo más constructivo y realista, el nuevo par generado será más sano para nuestra salud mental. Cambiar un «soy un desastre» por un cuidado «esta vez no me ha salido bien», cambia la culpabilidad por motivación.
Cuidar nuestras palabras es algo que tenemos que entrenar casi todos los días. Es normal, ¿no crees? Llevas veinte o treinta o cuarenta años diciéndote lo mismo y sintiéndote igual, no lo vas a cambiar de un día para otro. Pero es una grata lucha en la que sales victoriosa casi siempre, porque estás cambiando la manera en la que te tratas. Y, al cambiar la manera en la que te relacionas contigo, cambias la manera en la que te relacionas con los demás y con tu entorno. Y así, sin más, llega el día en el que tu realidad cambia, a mejor y te sientes más en paz contigo. ¿Te animas a probarlo?