El bueno, el malo y el rancio

Todas las parejas que han venido o vienen a mi consulta, suelen quejarse de la falta de mimos en la relación. Normalmente, uno de los dos se considera más cariñoso que el otro en algo y eso crea fricciones. Escucho mucho eso de «es que no es nada cariñoso/cariñosa». Y el otro, el «nada cariñoso», se ofende y dice que demuestra su cariño de otras maneras. Y aquí, toca aclarar conceptos. El primero, el del cariño. Según la RAE, es un regalo u obsequio, y así es como comienza la discusión. Porque si mi cariño, mi regalo, te lo expreso en forma de abrazo y tú lo rechazas, ¿cómo es que no lo quieres? O, si por el contrario, te lo expreso en forma de limpiar la casa para que estemos los dos en un sitio agradable y tú lo rechazas, ¿cómo es que no lo quieres?

El tema de la expresión del amor es uno de los grandes temas a debatir cuando hacemos terapia. Mi manera de entender la expresión del cariño no tiene por qué coincidir con la tuya y viceversa. Como tantas otras cosas, hay que negociar y llegar a un acuerdo entre los dos para que la cosa funcione. Porque si no, nos tiraremos los trastos a la cabeza en un ciclo sin fin de reproches porque yo me he sacrificado en esto y tú no lo entiendes. Este el segundo concepto: la negociación. No significa discutir ni pelear, implica que cada uno muestre sus cartas y veamos juntos cómo poder hacer que mi reina de corazones se entienda con tu rey de picas. Que mi necesidad de estar encima tuya todo el día y tu necesidad de estar en tu espacio, se entiendan.

Lo que me lleva al tercer concepto: la renuncia. No es lo mismo renunciar que sacrificar. La RAE dice que un sacrificio es un acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor. Vamos, una locura del carajo. Porque cuando me sacrifico, estoy esperando que tú hagas lo mismo por mí. Es más, espero que lo hagas en esa actitud de abnegación, que no es más que exigirte que dejes de ser tú para convertirte en lo que yo quiero que de ti. En mi película, yo soy el bueno y tú eres el malo y el rancio. Suena un poco perverso, ¿no?

Renunciar no lleva tanta carga porque implica dejar de hacer algo de forma voluntaria. Esta es la clave. Para negociar, no puedo sacrificarme. Si me sacrifico, estoy perdiendo algo que no quiero. Pero si renuncio, estoy cediendo en algo porque yo lo decido así. No hay resquemor ni mal rollo. A lo mejor, no me hace gracia del todo y, a la vez, comprendo que también me traerá algún beneficio.

Sentirnos amadas/amados y tenidos en cuenta es una necesidad innata en el ser humano. Y cuando estamos en pareja, tu mundo y el mío (con tooooodo lo que tiene cada uno) tienen que encontrar la manera de entenderse si queremos que la relación funcione. Si no comprendemos que nuestras maneras de sentirnos queridos pueden ser distintas, no negociamos nada y nos sacrificamos constantemente, la relación irá peor. Y si nos tenemos que separar porque no conseguimos encontrarnos, será mucho mejor para nuestros corazoncitos saber que tratamos todo para que funcionara.

Y ojo, que no en todas las cosas será así de difícil. Hay cosas que las que es muy fácil encontrarnos, en las que no hay dificultad. A lo mejor, nos cuesta más entendernos en las expresiones de cariño y, a la vez, somos unos fieras haciendo viajes porque nos interesan las mismas cosas. Es importante no perder de vista que hay cosas que sí que funcionan y que lo hacen de lujo. Y lo que nos cuesta más, pues a ponerle más atención. ¿No creéis?

¿Hablamos?

 

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