Hace unos meses hice una formación maravillosa que me cambió la manera de entender mi vida. Y una de las cosas que más me hizo explotar la cabeza fue la importancia de tener una orientación, una visión de cómo quiero que sea mi vida. Solemos ir un poco como pollos sin cabeza, sin saber exactamente hacia dónde está yendo nuestra vida. Tenemos la idea de que las cosas nos vienen dadas. Y no tiene por qué ser así.
Cuando somos pequeños, nos preguntan eso de «¿tú qué quieres ser de mayor?» pero pocas veces te vuelven a hacer esa pregunta cuando eres adulto. Cuando has terminado de estudiar, estás trabajando, tienes una estabilidad, tienes una vida de persona adulta y responsable. Nadie te pregunta adónde se dirige tu vida. Por no preguntar, no te lo preguntas ni tú. Y es muy difícil saber qué quieres, qué aspiraciones tienes, qué deseas o anhelas para ti y para tu vida si no te lo has planteado nunca. Y ahí viene el sentirse perdido y desmotivado. No tienes orientación ni visión.
Imagínate que eres un navegante de la Edad Media. ¿Te meterías en un barco sin una brújula o un mapa, algo que te diga dónde ir? Seguro que no. Ni tú ni nadie. A lo mejor durante un tiempo incluso puede estar guay no tener rumbo fijo. Pero, ¿siempre? Tener una visión de cómo queremos que sea nuestra vida nos da una guía, una orientación. Nos da una dirección de hacia dónde ir. Porque cuando estamos más perdidos que Rambo en la feria de Sevilla, tenemos tres opciones:
- Copiar lo que hace o ha hecho el otro.
- Hacerlo a lo loco, a ver qué sale. Ir hacia un lado, mañana dar la vuelta, pasado ir hacia arriba y al siguiente día, hacia el principio otra vez. Lo que es estar sin estar.
- Bloquearnos ante todas las opciones que hay y, al final, no movernos de dónde estamos porque nos hemos agobiado tanto que no sabemos para dónde ir.
Y todas estas opciones son totalmente válidas. Pero ninguna es tu visión única y personal, ninguna es tu orientación. Sin ellas, vivirás la vida de otra persona pero no la tuya, en el mejor de los casos. Ya sabes que tú creas tu realidad con tus palabras, con tus pensamientos, con tus emociones. Y ahora ya sabes que también creas tu realidad dependiendo de la visión que tengas de tu vida. Así, eres dueña y señora de tu barco (o de tu coche o de tu avión). Sabes adónde quieres ir y lo que quieres conseguir.
Vale, a veces planeas ir a la India y llegas a América y resulta que todos tus planes no salen como esperabas. Pero has llegado a otro sitio que a lo mejor te apetece más. Dice un chiste irlandés «¿quieres hacer reír a Dios? Pues haz planes». Pocas veces salen las cosas como las hemos pensado. Pero también, pocas veces salen las cosas peor de como las habíamos imaginado. Cuando cuidas tus palabras, atiendes a tus emociones, te tratas con amor y aprendes a calmar tu mente, tu orientación y tu visión de vida están ahí para guiarte. Además, te dará paz mental y emocional. Puedes cambiar tu visión tantas veces quieras. Se trata de que tengas una dirección de cómo quieres que sea tu vida. Cómo quieres recordarla cuando mires atrás. ¿Te animas?