Hoy he visto en el metro a dos niños pequeños, parecían hermanos, y estaban peleando. Chichándose mutuamente. En un momento, uno de los dos ha caído al suelo por despistarse de dónde tenía el culo puesto y el otro, se ha partido de risa. Al primero, claro, le ha sentado a cuerno quemado. Y me ha llamado la atención el pedazo de cabreo que se ha cogido. Ha gritado al otro, a su madre y se ha enfurruñado haciendo el bicho bola en el asiento.
¿Por qué nos cuesta tanto reírnos de nosotros mismos?
Es curioso cómo nos ponemos cuando sentimos que se están riendo de nosotros, ¿no? Parece una habilidad complicada de adquirir. Suerte que la desarrollamos con los años, ¿verdad? Sólo que no tanto. Pensad ahora en vosotros, en vuestro trabajo, cuando se te cae algo o te caes tú y todo el mundo se empieza a reír de ti. ¿Qué haces en esa situación? ¿Disimulas riéndote también tú aunque te apetece desaparecer o te lo tomas con humor?
Y ahí aparece la maldita palabra: el humor. Según la RAE, el humor se define como «Genio, índole, condición» y como «jovialidad, agudeza». Y es una capacidad buenísima esa de tener humor jovial y agudo. Pero ¿qué pasa si no lo tenemos? ¿Qué pasa si al caerme en el trabajo lo que siento es vergüenza y humillación? Y aquí empieza el trabajo duro: aprender a tener sentido del humor, aprender a reírse de uno mismo.
Normalmente, cuando no sabemos reírnos de nosotros mismos es porque:
- tenemos un alto concepto de nosotros y cualquier torpeza es reprimida hasta el infinito porque pondría nuestro alta estima en entredicho,
- o sentimos una inseguridad tan grande en nosotros que un tropiezo es entendido como un fracaso más en la lista,
- o, simplemente, no sabemos cómo se hace eso de reírse de uno mismo.
Y todos estos motivos tienen su origen en la manera en la que nos enseñaron a relacionarnos con nosotros mismos cuando éramos pequeños. Cuando yo hacía alguna payasada y mi abuela me decía «¡qué gansa!», si lo decía con tono alegre y se estaba riendo, yo entendía que «ser gansa» era algo positivo. Sin embargo, si el tono que usaba era de reproche o castigo, yo entendía que era algo a ser erradicado de manera inmediata en mi ADN. Porque, en el fondo, todos buscamos que nos quieran y eso, se consigue con la aprobación y reconocimiento que los demás hacen de nosotros. Lo que nos refuerzan y castigan es lo que conforma nuestra manera de relacionarnos con los demás y con nosotras mismas.
¡Vamos a reírnos!
¿No os pasa que, después de unas risas, se os sigue quedando la sonrisa en la cara? A nivel corporal, cuando nos reímos, segregamos una serie de hormonas que nos alivian los dolores (las endorfinas), hacemos abdominales sin esfuerzo y nuestro sistema inmune se pone fuerte. A nivel emocional, nos descargamos de las situaciones y sentimientos negativos.
Reírnos nos ayuda a ganar confianza en que todo pasará. Y a nuestra personalidad enfermiza le viene muy bien, también. Hace que, esas tendencias que tenemos todos para sentirnos o hacer las cosas de una manera, se relajen y entonces, aprendemos que no somos tan importantes ni nuestros problemas tan gordos. Y, si no, lo hace todo más llevadero. Reírse de uno misma es una terapia en sí misma porque hace que todo tenga otra perspectiva. Además, no tomarnos tan en serio construye una personalidad más flexible a los cambios, acepta mejor las críticas y nos aporta un conocimiento mayor de nosotros mismas. Y tú, ¿te ríes de ti mismo/a? ¿Hablamos?