¿Cuántas veces te sientes culpable por haber hecho algo que no deberías? Muchas, ¿verdad? Vivimos en una cultura que nos ha enseñado que cuando haces algo que no deberías o que no se acepta socialmente, tienes que sentirte culpable. Es casi un sentimiento obligatorio, como una penitencia. Sin embargo, poco se nos enseña sobre la responsabilidad.

Según la RAE, la culpa es «una acción negativa o perjudicial que se atribuye a una persona«. Mientras que la responsabilidad la define como «la capacidad existente en todo ser para reconocer y aceptar las consecuencias de algo que ha realizado voluntariamente». Desde sus definiciones no se parecen mucho, ¿no? Y aún así, las usamos como si fueran lo mismo, como si significaran lo mismo. Pero no. ¿En qué se diferencian entonces?

La primera es que la culpa nos quita poder. Así sin más. Cuando nos pensamos culpables de algo, no hay nada que podamos hacer para remendarlo porque la culpa no conlleva ni conciencia de haber hecho algo dañino ni aceptación. La responsabilidad, sin embargo, implica poder. Cuando nos percibimos responsables del daño de alguien, podemos hacer algo para cambiar. La responsabilidad nos da la opción de modificar, añadir o quitar  cosas nuestras que hacen daño a los demás y a nosotros mismos.

Otra diferencia es que cuando nos vemos responsables, aceptamos que podemos equivocarnos. Podemos aprender y crecer al hacer reflexión de qué ha pasado para llegar hasta dónde estamos. Con la culpa no hay reflexión ninguna. De hecho, la culpa nos suele quitar la responsabilidad. Con la culpa, hay cierta sensación de que hemos hecho lo que teníamos que hacer, que no había otra alternativa. Con la responsabilidad aceptamos que podemos elegir, sabemos que siempre tenemos más opciones. No se vive desde la noción que el mundo es blanco o negro, sino que se entiende que el mundo tienes millones de colores y matices.

Pondré un ejemplo. Como tú, me he encuentro a muchas personas que dicen eso de «yo no puedo cambiar, yo soy así». Como si fueran algo inalterable, como un exprimidor de zumo que sólo sirve para exprimir exclusivamente naranjas. Una persona responsable diría algo como «soy fundamentalmente así y también puedo cambiar todas las veces que quiera según lo necesite». La persona responsable toma el mantra de Bruce Lee «Be water, my friend» («sé como el agua, amigo mío») y lo hace propio. Porque comprende que se puede adaptar, crecer, evolucionar. Es como si la culpa fuera un vaso de agua pensando que sólo se puede ser agua en un vaso y la responsabilidad fuera el agua que sabe que puede ser en el océano, en el cuenco del perro o en cuerpo humano.

En resumen, la responsabilidad nos hace adultos, nos hace autoras de nuestras acciones y da opciones, nos da poder para cambiar. Y, cuando podemos elegir, el mundo se abre mucho más. De repente, podemos hacer cosas nuevas, plantearnos otras maneras de actuar, pensar y sentir. Es probablemente más difícil sentirse responsable que culpable porque implica sentirnos imperfectos. Pero también nos sentimos más poderosos y autónomos. Y, por ende, más satisfechos con nuestra vida, más coherentes y auténticos. La culpa no nos da nada de eso. ¿Te haces responsable de eliminar la culpa de tu vida o quieres seguir siendo víctima de ella?

A mí, reconocer la responsabilidad en mí me ha explotado la cabeza. ¿Y a ti?

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