Hace unos días fue el día de la Salud Mental. ¿A que no os habíais enterado? Aunque cada vez tenemos más conciencia de que tener salud mental es fundamental, aún sigue habiendo cierto pudor o tabú a la hora de hablar de ella de verdad. Empecemos por definir qué es.
Según la OMS, «la Salud Mental se define como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad». Es decir, es la capacidad de sentir equilibrio entre tu parte emocional, mental y de comportamiento. Dicho así, parece fácil de conseguir ¿no?
Todos, y digo, absolutamente todos los seres humanos necesitamos tener una buena salud mental. Cuando decimos que alguien tiene buena salud, normalmente nos referimos a la salud física, a que enferma poco y tiene buen aspecto. Incluso, hablamos de aspecto saludable. ¿Pero qué características tenemos que tener para tener un aspecto mental saludable?
Si buscáis en el Sr. Google, os aparecerán millones de páginas llenas de consejos para tener una buena salud mental. Sin embargo, muy pocos de esos consejos irán encaminados a que vayáis al médico de la salud mental: el psicólogo. Cuando nos duele la tripa, vamos al médico de la tripa. Cuando nos duele la espalda, vamos al médico de la espalda. ¿Por qué cuando nos duele el corazoncito o la mente no vamos al médico de las emociones y la mente? ¿Por qué nos cuesta tanto?
Realizar un proceso de medicación para curar una enfermedad física es lo mismo que realizar un proceso de terapia para curar una enfermedad emocional o mental. Aspectos como la ansiedad y la angustia, el miedo, el malestar emocional o tener una mente que va a mil por hora, pueden ralentizarse con pastillas, claro. Pero en cuanto se quiten las pastillas, volverán a aparecer (aunque a veces las pastillas también sean necesarias). Cuando realizas un proceso de terapia y lo terminas, esos aspectos que te causan malestar, habrán desaparecido. Es como caminar con una piedra en el zapato: puedes cambiarte de zapato, dejando la piedra ahí de manera que cada vez que te lo pongas, la piedra te molestará y hará herida; o puedes quitarte el zapato y sacarte la piedra para que no moleste más.
Cuando hablo de esto con los demás, todos comprenden que hacer terapia es necesario y que a todos nos viene bien. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto? ¿qué es lo que nos frena? En mi opinión, es el miedo. Tenemos tanto miedo a lo que nos podemos encontrar en la terapia, que frenamos en seco. También están, por supuesto, todos esos pensamientos culturales que nos hacen creer que si vamos al psicólogo, es porque estamos locos. Curioso, ¿verdad? ¡A nadie se nos ocurriría llamar loco a alguien que va al médico porque le duele algo!
Una compañera de profesión me dijo una vez que todos teníamos que tener un psicólogo de cabecera, igual que tenemos al médico de cabecera al que vas aunque sólo sea para consultarle si lo que te pasa es normal o si hay que preocuparse más. Yo tengo mis psicólogos de cabecera (sí, tengo más de uno). Porque, a veces, no sabemos si lo que nos pasa es «lo normal» o no, y viene bien saber una opinión de fuera que controla de lo que habla y que sabe más que nosotros sobre algo concreto.
No sé si tú tienes tu psicólogo o psicóloga de cabecera o no… Si lo tienes, me alegro porque cuides tu Salud Mental. Si no lo tienes, ¿a qué estás esperando? ¿qué es lo que te frena?
P.D. ¡Déjame tu comentario! 😉