¿No te ha pasado que hay veces que sientes una emoción que es demasiado para ti? ¿Demasiado buena o demasiado mala? Es como cuando te ríes tantísimo que no puedes parar y llega un momento que piensas «tengo que parar, no puedo reírme más, me duele todo». Eso es lo que se llama tolerancia a las emociones. Podemos tener una alta o una baja tolerancia a las emociones en general. También, podemos tener mayor o menor tolerancia a determinadas emociones. Sea como fuere, tu nivel de tolerancia a tus emociones creará tu realidad de una manera u otra.

Gay Hendricks, un psicólogo estadounidense, le puso nombre al límite máximo de tolerancia que tenemos a las emociones: Síndrome del Límite Máximo (sí, no fue muy creativo con el nombre, pero la idea mola un montón). Básicamente, nos dice que todos tenemos un límite de tolerancia máxima, es decir, que todos tenemos un tope en el que paramos de golpe nuestra emoción. Somos como un termostato; cuando llegamos a la temperatura que tenemos programada, nos apagamos. Esto es, al llegar al nivel de emoción que tenemos interiorizada como tope, dejamos de sentir más.

Pero Fanny, ¿por qué estás contándome esto? Pues porque esta es una manera de autoboicot, amige. Porque este «termostato emocional» que tienes, puede que esté impidiendo que registres tus emociones de una manera sana para ti. Puede que no te deje vivir tu tristeza de la manera que te haría sanar tus heridas completamente o que no te permita sentir esa felicidad que te hace bailar cada célula de tu ser. Sólo porque tienes el termostato, esa tolerancia a las emociones, en un nivel que te hace más daño que bien.

A lo mejor te enseñaron de pequeña que estaba mal destacar para no eclipsar a otra persona, porque pobre el otro. O puede que te enseñaran a sentir pavor al placer, la riqueza o la felicidad porque los demás te abandonarán si tienes éxito en tu vida. O quizás, te enseñaron que estabas mal hecha, que había algo mal en ti de base. Como si hubieras nacido repleta de defectos que tapar o esconder. Incluso, puede que te enseñaran todo a la vez. Y, así, aprendiste a desarrollar ese termostato que te hace no perder el control de tus emociones.

Y sin darte cuenta, aparecieron las dudas y los juicios negativos sobre ti. Apareció ese crítico interno que te habla de lo horrible que eres y de todo lo malo que te va a pasar. Así llegaron las quejas y aprendiste a verte todo lo malo que tienes en ti en todo momento. Llegaron las comparaciones y las desvalorizaciones. Así, aprendiste a boicotearte y a ponerte la zancadilla, impidiendo que te vivas a tope, con todo lo que eres. Todo por tener una tolerancia determinada a las emociones.

¿Cómo cambiar ese termostato para que la tolerancia a las emociones sea mayor, para aumentar el límite cada vez más? Lo primero es identificar cómo reacciona tu termostato. Es decir, ver cuándo salta y con qué. Cuáles son las emociones que te cuesta más sentir y cómo haces para evitarlas. Una vez que las identifiques, sólo tienes que entrenarte. Cuando sientas la emoción que te cuesta, cuando te pilles evitándola, párate y respírala. Concentrarte en tu respiración hará que tu mente se calme y te dará tiempo para ir aumentando poco a poco tu tolerancia a esa emoción. ¡Ánimo! Y recuerda, trátate con amor. Tendrás que tener un poco de paciencia, ten en cuenta que llevas con el mismo termostato muchos años y cambiarlo lleva práctica. Persevera y todo saldrá bien.

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