Esta semana se celebró el Día Contra la Violencia de Género. Podría hablar sobre muchas cosas acerca de la violencia de género y cómo es una enfermedad cultural, pero voy a quedarme con algunos de los efectos que produce este tipo de violencia en las personas que la padecen.
Una de las primeras consecuencias de la violencia de género es volverse desconfiada y un poco ermitaña. El aislamiento que los agresores imponen a sus novias o esposas (lo siento, me niego a llamarlo pareja. Eso no es una pareja), hace que se vuelvan más desconfiadas de los demás, que pasen mucho tiempo solas y que se sientan solas. Cuando sientes que no tienes a nadie a quien acudir cuando te pasa algo (sea bueno o malo), tu sensación de soledad es brutal. De aquí, nacen la baja autoestima, las constantes dudas de una misma y el no saber ni quién es.
Otra consecuencia grande es lo que en psicología llamamos indefensión aprendida. Esto es la sensación de que no importa qué haga o qué no haga porque el resultado de mi comportamiento no depende de mí. ¿Cómo afecta esto en el día a día? Pues dejando de tomar la iniciativa, dejando de tomar decisiones, dejándonos llevar por lo que ocurre sin pensar si quiera si eso lo queremos en nuestra vida o no. Perdemos nuestro propio poder para dárselo al agresor.
Y esta indefensión aprendida, trae a su vez, una de las consecuencias más gordas para mí: nos apagamos. Apagamos nuestra luz interior, eso que nos hace nosotras. Apagamos nuestras emociones, pensamientos y conductas. Dejamos de ser nosotras para convertirnos en otra mujer muy parecida a mí pero que no soy yo. Sólo que para volver a encender esta luz hace algo más que darle a un interruptor.
¿Os suenan estos efectos? Tanto de haberlos sentido vosotras como de conocer a alguien que haya pasado esto. Lamentablemente, yo tengo que decir que conozco muchos casos, cercanos y no tan cercanos. Y, lamentablemente también, tengo que decir que no conozco una sola mujer que no conozca a otra que haya pasado por una situación así. A lo mejor no lo hemos pasado nosotras mismas, pero conocemos a alguien (si con suerte, sólo conocemos un caso) que sí que ha pasado por esto.
Gracias a Dios (o a la Vida o al Universo o a nosotras las mujeres), hoy podemos ponerle más conciencia a qué hacemos y cómo lo hacemos. Pero incluso hoy, hay muchas mujeres, adolescentes y niñas que no saben lo que es que las traten bien, que las amen bien y sano. Por eso, cuando sepas que algo no va por ese camino de amor sano y feliz, busca ayuda de las demás mujeres que tienes alrededor. Busca a tus amigas, a tu familia y si toca, al organismo competente.
Todavía se sigue creyendo que la violencia de género es sólo que te peguen físicamente, que te den palizas y te dejen el ojo morado. Pero las heridas más profundas son las que se hacen en el corazón y en la mente, son las que más tardan en irse y las que más dolor causan. Porque, al final, el cuerpo es sabio y se cura, pero nuestro corazón y nuestra mente necesitan un cuidado y una atención especial que no se va con el tiempo como con las heridas físicas. A lo mejor no te ha puesto la mano encima, pero te ha maltratado igual.
Recuerda,siempre que estás acompañada. Recuerda que no estamos solas. Y recuerda que lo estás haciendo bien.