Estas fechas son complicadas para muchas personas. Juntarse con la familia, en vez de ser un momento de celebración y fiesta, se convierte en un momento de estrés y malestar. Hay veces que juntarse con la familia lo único que consigue es que pasemos un mal rato.
A veces, juntarnos significa tener que ver a familia que no queremos ver porque hemos tenido un desencuentro. Otras veces, es porque implica tener que juntarnos con ese familiar que nadie aguantamos y que no sabemos cómo comportarnos. Hay otras veces que, simplemente, juntarnos implica pasar la primera Navidad sin una persona querida y que se echa de menos. ¿Cómo hacer entonces para pasar el trago de las Navidades?
Primero, recuerda que tu atención es muy importante en la manera en que vivencias las cosas: si te centras en lo mal que lo vas a pasar, te perderás lo que te puede hacer pasar un buen rato. Pasar un buen o un mal rato depende de ti. Segundo, piensa en el resto de la familia. ¿De verdad no hay nadie de la familia que te guste, que te haga reír o pasarlo bien? ¡Pues siéntate con ella! Ponte cerca de las personas con las que quieres estar y trata de hablar con ellas. ¡Póntelo fácil!
Tercero, raciona bien las dosis de familia. Si tu familia es de esas de las que no puedes escapar y a ti te estresa eso, busca la manera de dosificarlo. Cuidarte a ti mismo es un acto de amor hacia ti mismo y hacia los demás. Es mucho mejor para ti y para los otros que estés menos tiempo pero de mejor humor y con ganas de estar con ellos,que pasar más tiempo con cara de haber chupado un limón. Además, puedes montarte tu propio chiringuito de celebración repartiendo el tiempo de Nochebuena entre la casa con tu familia y tu propia casa. Y, cuando llegues, ponerte música y bailar si eso es lo que te apetece. O ponerte una buena peli o salir a dar un paseo por la calle con el perro. Tú eliges.
Y, por último, si no quieres celebrar nada porque hay alguien que murió, piensa en qué buen día para recordar a esa persona. ¡La cantidad de historias que tendréis para contar entre todos! Compartir el dolor con gente que entiende ese dolor, lo alivia siempre. Además, sentarse a recordar a alguien querido también es una manera de celebrar su vida. ¿Acaso no merece eso la pena?
Además, recuerda que el «momento regalos» siempre es divertido y muy bonito. Regalar es un acto de intercambio de amor. Tú das algo, con ilusión de que le guste al otro, sin esperar que el otro se haya gastado lo mismo ni nada, sólo por darlo. Esperas a ver su cara cuando lo abra y hasta sientes un poco de ansiedad por si le gustara o no. Y al otro, le pasa lo mismo contigo. Con el objetivo último de intercambiar amor, nada más (y nada menos).
Vale que estamos metidos en una vorágine muy loca con los regalos. Que es como cuando éramos pequeños y le escribíamos la carta a los Reyes pidiéndoles todo lo que querías, sólo que ahora, le pones hasta dónde comprarlo, a qué precio y un «si creéis que no os vais a aclarar, ya lo compro yo». Y, por supuesto, hay que tener miles de paquetes de regalos, porque ¡cómo vas a tener uno o dos! ¡Satanás! ¡Hay que tener miles! Y así pasa, que nos estresamos con esto también. Pero si cambiamos de nuevo el foco de nuestra atención, si nos sentamos a pensar de verdad qué podemos comprarle al otro que le haga ilusión… Algo que de verdad queramos regalarle, no algo tan «hecho». Algo que demuestre nuestro amor. Ese es el verdadero regalo.
La Navidad es un momento hermoso de reunión, de celebración, de recuerdo de los que no están ya y de intercambiar amor. ¿A que con esta definición apetece más? ¿Hablamos?
¡FELIZ NAVIDAD!